Tras la transmisión del virus de la hepatitis C y producirse la infección aguda durante los seis primeros meses, las personas infectadas no notan síntomas, por lo que su detección precoz suele ser bastante reducida. De hecho, en algunos pacientes se produce el diagnóstico cuando ya se ha producido un daño hepático.
La infección por el VHC se diagnostica en dos etapas:
Si estos anticuerpos están en la sangre, significa que la persona ha estado en contacto con el virus de la hepatitis C.
Estos anticuerpos pueden tardar entre dos y tres meses en ser producidos por el cuerpo tras ocurrir la transmisión. Esto significa que, si la prueba se realiza en ese periodo de tiempo, puede que no detecte su presencia, recomendándose repetir la prueba en un plazo de seis meses.
Si la prueba sale positiva, se necesita realizar la prueba de confirmación para detectar si hay viremia. Habitualmente se hace mediante una técnica llamada reacción en cadena de la polimerasa, conocida como PCR.
La presencia de anticuerpos no es diagnóstica de que la persona padece el virus de la hepatitis C, porque se puede haber tenido el virus, pero haberse superado la infección espontáneamente o mediante el tratamiento.
Para ello, la prueba definitiva es la que mide la cantidad de material genético, el ARN del virus de la hepatitis C, que hay en la sangre.
Si la prueba sale positiva, se confirma que la persona está infectada por el virus de la hepatitis C y automáticamente se hace una determinación de la cantidad de virus presente en la sangre (carga viral).